Persepolis





Persepolis

El Gran Rey la denominó Parsa, por el nombre del pueblo persa; más tarde los griegos la llamarían Persépolis, «la ciudad de Parsa». Siglos después, cuando se olvidó la conexión de este complejo monumental con los reyes aqueménidas, se lo vinculó al gran rey mítico de Irán, ğamšid, y recibió el nombre de Taxt-e ğamšid, «el Trono de ğamšid», como se le conoce actualmente. En la Edad Media lo llamaban sad stun, «las Cien Columnas».

Al acercarse desde el oeste por la llanura, las delegaciones podían ver cómo, detrás de las construcciones de una ciudad, se alzaba una amplia plataforma de piedra de 15 metros de altura, sobre la que a su vez se levantaba el sensacional pórtico del Apadana, la sala de audiencias de los grandes reyes persas. Sus columnas de 20 metros de altura hacían que la construcción alcanzara en total los 40 metros. Este ingenioso método para conseguir un espectacular efecto visual, nunca antes utilizado, sería imitado más tarde por algunos templos griegos en la Acrópolis de Atenas y en Asia Menor. La plataforma, que se extendía por la ladera suroeste del monte Kuh-e Rahmat o monte de la Misericordia, tenía dimensiones impresionantes, 300 por 455 metros, y estaba cubierta por monumentales edificios y espléndidos jardines. Construcciones posteriores fueron reduciendo paulatinamente la presencia de los jardines, pero en tiempos de Darío I ocupaban aún la mayor parte de la superficie de la plataforma. Un complejo sistema de canalizaciones y alcantarillado garantizaba el riego, al tiempo que evitaba que las aguas procedentes de la montaña deteriorasen o inundasen la terraza y sus fundamentos.
Persépolis, la más esplendorosa capital del antiguo imperio persa, fue destruida en tiempos de Alejandro Magno en el año 330 a. C. por razones que aún se desconocen. Lo único cierto es que la causa de la destrucción fue un voraz incendio que consumió casi toda la ciudad.

Para muchos historiadores, este incendio fue el principio del fin de uno de los pueblos más prósperos de la Antigüedad, los persas, que en más de una ocasión desafiaron el gran poderío militar e intelectual que ostentó Grecia durante siglos.

Sin embargo, ¿desapareció realmente la ciudad? ¿Queda algo de la gran Persépolis, esa esplendorosa capital que desde su fundación recibió el título de “Puerta de todas las naciones” y que se mantuvo en pie durante más de 200 años?
Persépolis, la ciudad que marcó toda una civilización
Darío I el Grande, rey de Persia en el año 512 a. C., estuvo obsesionado durante mucho tiempo con la idea construir un inmenso complejo palaciego que, una vez estuviese en pie, pasaría a ser la nueva capital del Imperio persa.

Sin embargo, no podía tratarse de cualquier ciudad. Debía ser una capital majestuosa, la más grande y poderosa que todos los pueblos del Asia meridional hubiesen visto hasta ese momento, una ciudad que se diferenciara de otras capitales como Susa, Ecbatana o la propia Babilona. Fue así como cobró forma el proyecto de Persépolis.

En un principio, Persépolis se levantó sobre una terraza de 12 metros de altura, que se localizaba en medio de la formación rocosa de Kuh-e-Rahmat y bajo las ruinas de una antigua ciudad llamada Uvadaicaya.

El proyecto resultó tan ambicioso que el propio Darío pronto fue consciente de que no llegaría a verlo terminado. Fueron su hijo Jerjes I y su nieto Artajerjes I quienes dieron continuidad a la idea original y levantaron la gran capital.

Se construyó una gran puerta de entrada y un muro de 14 metros que circundó el área interna del complejo. Muy cerca de allí se añadió la famosa apadana, una sala donde tenían lugar las audiencias públicas, que constaba de 72 columnas de 25 metros de altura cada una, así como la escalera de Persépolis, uno de sus principales símbolos.

El complejo, que se terminó en el año 424 a. C., rápidamente se consolidó como el símbolo del poderío persa y albergó las instituciones administrativas más importantes del imperio. Tras su caída ante los griegos, la ciudad decayó progresivamente hasta que en el siglo III d. C. ya solo quedaban sus ruinas.

¿Qué se conserva de la antigua ciudad de Persépolis?
Los turistas que visitan el antiguo emplazamiento de la ciudad de Persépolis, a unos 60 kilómetros de la ciudad de Shiraz, en el estado iraní de Fars, aún pueden disfrutar de las ruinas de esta maravilla arquitectónica.

Por ejemplo, es posible apreciar los relieves del palacio principal en el que se alojaban los reyes del imperio, en cuyos grabados se distinguen figuras de hombres nobles en las que charlan de forma amena o cargan flores y frutos redondos.

Otro atractivo turístico del complejo es el salón del trono, al lado del palacio principal, que consta de 8 puertas de piedra decoradas con relieves y pinturas en honor a los reyes de la dinastía o que retratan algunas escenas de caza.

También se pueden contemplar algunos capiteles y ciertos detalles de la escalera y de la apadana, dos de las edificaciones más emblemáticas de Persépolis.
Estilo artístico

En el florecimiento de la arquitectura aqueménida que se produjo en Persépolis es evidente la influencia de la tradicional arquitectura elamita, hegemónica en el II milenio a C, cuyo carácter auténtico no se ha individualizado hasta fechas recientes gracias al hallazgo del ziggurat y el complejo de templos de Choga Zambil (Irán, cerca de Susa). Es también muy perceptible en Persépolis la influencia del arte griego, dado que Darío, al regreso de la guerra en el Egeo, se llevó consigo gran número de artesanos griegos.

El leit-motiv artístico persa aqueménida eran las tallas en piedra. Éstas se diferencian de las de Asiria, donde los relieves se usaban como decoración interior y tenían un contenido narrativo. En Persepolis entran a formar parte de la decoración exterior de los muros, lo que explica la ocasional monotonía de sus temas procesionales. El bajorrelieve plano y detallado de los grabados asirios dieron paso al sutil modelado de Persépolis, que recordaba el trabajo de los forjadores. Los ropajes sugerían, a la manera griega, las formas del cuerpo humano a través de las telas, y se daba un tratamiento más plástico de los temas humanos y animales, aumentando el efecto tridimensional de todos los relieves . Todo ello supuso una ruptura con los estilos mesopotámicos imperantes hasta entonces.

Innovadores fueron los capiteles escultóricos de las columnas, en los que a las formas animales mesopotámicas se añadieron enriquecimientos griegos y egipcios. Las columnas son estriadas, con basa en forma de campana invertida. Los capiteles combinan motivos griegos (como sépalos colgantes y volutas dobles) con egipcios (hojas de palma), y están rematados por impostas zoomorfas compuestas de dos animales unidos: toros, leones o grifos.

Con la decadencia y ruina de Persépolis muere también el estilo aqueménida. Porque este arte quedó sin posteridad, y no sobrevivió nada de lo que constituyó su originalidad, como no fuere el lejano eco de los pilares de Ashoka, coronados de capiteles persas, en Sarnath, Mathura y Sanchi, lugares búdicos del Indostán donde subsistiría el último recuerdo de la irradiación mundial de Persépolis.


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